Pese al carácter de rigurosa penitencia del tiempo Cuaresmal, nos encontramos dentro de él con dos Solemnidades donde el morado se torna en blanco, quizá como preludio de ese cercano Domingo de Pascua, como unas vísperas gozosas que se unen a la alegría de los ornamentos rosados para el IV Domingo de Cuaresma (“Laerate”) y que, a su vez, tiene su equidistancia en el III Domingo de Adviento (“Gaudete”), vísperas de la Navidad. Una de ellas, es la SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ que celebrábamos el pasado sábado 19 de marzo y otra, quizá menos destacada pero muy vinculada a la primera, la SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR O DE LA ENCARNACIÓN, el 25 de marzo.
Nuestro calendario litúrgico está lleno de simbología en cuanto a fechas y celebraciones se refiere. Recordemos la visitación de María a su prima Santa Isabel cuando ésta ya se encontraba en cinta de Juan El Bautista, cuyo nacimiento celebramos el 24 de junio, justo seis meses antes de la “Nochebuena”, cumpliéndose así lo dicho por el profeta Zacarías: “Sería profeta del Altísimo e iría delante del Señor para preparar sus caminos”.
Tampoco la Solemnidad de la Encarnación es casual en este día 25 de marzo, puesto que el Anuncio del Ángel de la concepción inmaculada a una Virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David es justo nueve meses antes, es decir, el periodo de gestación hasta llegar al 25 de diciembre, la Natividad. Es más, desde la Anunciación hasta el nacimiento de Juan El Bautista, van exactamente tres meses, el tiempo que según la tradición, estuvo María con la madre de Juan en la visitación.
Las “incidencias” de cada Año Litúrgico, que gira en torno al primer plenilunio de la primavera, la primera luna de Pascua o la “Luna de Nisán”, suelen condicionar la liturgia de estas Solemnidades, tanto San José como la Anunciación, cuando coinciden con algún domingo de Cuaresma o, incluso, cuando lo hacen con la celebración de la Semana Santa, trasladándose a otras fechas más apropiadas.
Pese a ello, sirvan estas líneas para recordarnos como, también dentro de la Cuaresma, hay un tiempo para hacer presente las glorias de María y de su Esposo San José, nuestro Patrón.
Juan Manuel Rueda Cebada.
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